sábado, 28 de febrero de 2009

Una noche

Hoy tu sexo me habla,
yo lo devoro,
todos lo devoramos.
Tu piel áspera de tanta lengua que te lamió.
Tu ojo, que llora ante el estallido.
Vertical.
Con un nuevo brillo en tus manos,
me puteás, me arañás, me rompés,
te quejás de que no te nombré.
Tu ego me detesta,
me echa en la cara tu vómito
de frases hechas,
de palabras que le robás a las paredes.
Tu renegrido ego desea de mí
una escena fantástica de sangres y hambres,
mientras ves tu cara en todos nuestros rostros.
Y ya despierta, me odiás porque no llevo puesta tu máscara,
porque mi ego y mi sexo te responden
y se funden en uno mismo, que te domina y enferma.
No me soltás de tus fauces, me hacés entrar y rebasarte,
te ahogo, te veo muerta en la cama. Muerta.
Fumo el oscuro lápiz y te invento con cenizas:
un gato lame con sus ojos la punta de tus dedos fríos,
que saben a noche, a amarga fruta.
De pronto despertás y lentamente, casi flotando,
te perdés entre las sombras del pasillo, silenciosa,
como la angustia, que en esta habitación,
besa mi boca reseca.



Hache

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