jueves, 20 de mayo de 2010

El interior del Interior.

Es viernes, once de la noche y todo sucede alrededor de la plaza principal. La movida gualeguaychense en esta noche de invierno son unas 100 personas: 6 chicos se hamacan en los juegos, 3 señoras mayores dan la vuelta al perro por la vereda de la plaza, 9 adolescentes masculinos beben cervezas apoyados en 1 camioneta Chevrolet estacionada, 3 nenas chiquitas corren sin rumbo fijo por la plaza, 1 mama las acompaña, 1 pareja de hombre y mujer se besa en otra camioneta estacionada, 1 anciana los mira sentada en una silla de plástico en la puerta de su casa, 16 hombres mujeres y niños comen panchos y hamburguesas en las 6 mesas del kiosco de panchos y hamburguesas, 10 pibes se apiñan alrededor de los dos futbolines del kiosco, 8 adolescentes de 2 sexos estan sentados en 2 bancos de plaza y 4 se toquetean mutuamente, 2 nenas de 8 cruzan la calle con helados que chorrean, 2 adolescentes femeninas se charlan de sus cosas sentadas en el borde de un cantero, en la vereda de enfrente el telecentro (2 mesas en la calle) reune 9 adultos, el bar pizzería con sus 11 mesas, la cancha de bochas del Club de Caza y Pesca a 9 hombres maduros y un chico sin barba todavía, el negocio de fichines a 3 adolescentes masculinos, la puerta de la comisaria a 2 agentes que fuman, la iglesia no convoca a nadie. El resto esta cerrado.

La obvia sensación de que en las grandes ciudades se vive en un mundo mas o menos electivo: las opciones parecen muy variadas. Acá, en cambio, no hay nada que elegir. El mundo es uno solo y cada uno forma parte de el, indisoluble. Dos muchachos de veinte pasan en coche con cumbia a todo lo que da, las ventanas abiertas.

"Ya extraño algo animal, quiero irme de este pueblo..", decía la canción.









Buscapies.

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